Dancing to joy

“The Tall T”, Budd Boetticher nos entrega un western minimalista de serie B, aunque con exquisito fundamento y morfología cinematográfica.

























































































Oscar Boetticher Jr. nació en julio de 1916 en Chicago, Illinois, y falleció en noviembre de 2001 en Ramona, California. Brillante y distinguido director estadounidense, particularmente de westerns, cuyo estilo sencillo y lóbrego disfraza un perturbado temperamento artístico. Osca, hijo de un acaudalado comerciante, asistió a la Academia Militar de Culver, así como a la Universidad Estatal de Ohio. Después de su educación, Oscar, algo así como un aventurero, se fue a México y se transformó en un matador de toros profesional. Su amigo de escuela, Hal Roach Jr., sabìa de las debilidades de Oscar por el cine y usó sus conexiones artísticas para conseguirle algunos empleos menores en la industria, principalmente como asesor técnico en el film de romance taurino Blood and Sand, 1941, de Rouben Mamoulian. Después de un confiable aprendizaje, se le dio la oportunidad de retomar escenas de películas de otros directores, y realizar sus proyectos de bajo budget. Debutó con el drama One Mysterious Night, 1944, sin mayor fortuna, pero ese mismo año se superó a través del drama periodístico The Missing Juror. En 1948, filmó una buena cinta de cine negro: Behind Locked Doors. Boetticher logró su primer trabajo prominente, a través de una ficción de sus experiencias en México: Bullfighter and the Lady, 1951, cuya historia fue nominada a un Oscar. Después de vincularse con gente inteligente, pero nimia, el cineasta formó una sociedad con el actor Randolph Scott que, con la participación del productor Harry Joe Brown y el escritor Burt Kennedy, lo llevó a realizar dos westerns de serie B más memorables de la década de 1950: Seven Men from Now, 1956 y The Tall T, 1957, que comentaremos.  Con Scott trabajó en cinco westerns más: Decision at Sundown, 1957; Buchanan Rides Alone, 1958; Westbound, 1959; Ride Lonesome, 1959 y Comanche Station, 1960, todas de aceptable nivel. En 1972, viajó nuevamente a México para filmar el documental Arruza, donde rodará la biografía del torero azteca Arruza, quien falleciera trágicamente en un accidente automovilístico en 1966. En el país latinoamericano culminó su filmografía. Posteriormente, se dedicó a escribir su autobiografía: “When in Disgrace”, donde tocará dolientes temáticas como sus enfermedades casi fatales, divorcios, encarcelamientos, internaciones en hospitales, la reclusión en un manicomio, y las muertes accidentales de Arruza y la mayoría de su equipo de trabajo. Fue el alumno preferido del gran John Ford, cuestión que lo retrata de cuerpo entero. Antes de pasar a comentar The Tall L o Los cautivos, vale la pena observar brevemente que, en sus primeros años, hasta los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, el género estaba compuesto por un mito estadounidense centrado en las ideas de progreso y el poder civilizador de peregrinos muy sencillos que se trasladaron a tierras pobladas por nativos americanos salvajes. Sentado fuera de este binario de civilización contra naturaleza, era a menudo la figura protectora del hombre soltero que podía atravesar estos dos mundos. Sin embargo, después de la guerra, los westerns siguieron revelaron un pesimismo creciente sobre el mito. Películas como Red River, 1948, de Hawks y Rosson, así como Broken Arrow, 1950, de Daves, expusieron los comienzos de un diálogo abisal sobre la naturaleza de los fundamentos de los EEUU que ni aceptaron ni refutaron por completo los viejos ideales. A veces, estas preocupaciones eran manifiestas, como en las representaciones de un impulso genocida que sucedió en Broken Arrow, y otras veces se ubicaron más discretamente dentro del alejamiento del género de los binarios. En muchos sentidos, la obra de Boetticher se ubica de manera desafiante dentro del cisma de los clásicos y nuevos westerns del período. El protagonista, siempre interpretado por Randolph Scott, se sienta en silencio en el núcleo de cada trama, y por lo general llena el espacio arquetípico del hombre justo tan común en cine clásico de Occidente. De hecho, incluso cuando los personajes de Scott se alejan de la rectitud, se nos hace entender que este es un acto de subversión deliberadamente incómoda. Inversamente, el villano está casi siempre posicionado en sintonía con el protagonista. Los malos de Boetticher desean hacerse amigos del hombre justo y alejarse de sus propias acciones criminales. Estos son villanos complejos que desean dejar atrás su malandra existencia, pero no pueden. Uno se pregunta: ¿¿Por qué?? Me imagino que debido a que estos personajes son impulsados ​​compulsivamente hacia una conclusión imposible de evitar: deben confrontar al protagonista. En ese sentido, los largometrajes del Viejo o Lejano Oeste de serie B de Boetticher se componen de personajes contemporáneos en conflicto, y atrapados dentro del destino singular que el antiguo código del western clásico les ofrece. El efecto es impresionante, y en las siete películas, que funcionan más como variaciones musicales en una sola gran temática que en obras individuales, Boetticher -con la ayuda masiva del guionista Burt Kennedy- logra contorsionar y estirar las estrictas limitaciones de las convenciones que ha confinado a sí mismo, como si el espíritu de Randolph Scott estuviera tratando de escapar de la trama de la película. En cierto modo, de vez en cuando lo hace, pero jamás nos damos cuenta. Pues bien, The Tall T o Los cautivos es un sobrio western de serie B -por tiempo y presupuesto- cuya narrativa minimalista se enfoca en un pequeño rancho donde Pat Brennan -Randolph Scott- es tomado como rehén, junto con Doretta Mims -Maureen O’ Sullivan-hija de un hombre adinerado, por una banda de forajidos liderados por un villano llamado Frank -Richard Boone-. La historia es tan clara como esta presentación, al igual que la forma en que se editó para transmitir una sensación de violencia psicológica en el avance de la trama. Boetticher utiliza todo esto para crear un espacio para la destilación de las convenciones desde lo difícil a lo más esencial, y colgar el valor de toda la vida del western, como cuando uno capta cada palabra o frase pronunciada. El guión de Burt Kennedy, una adaptación de un cuento de Elmore Leonard, es probablemente el mayor acierto de Budd Boetticher. Desde el momento en que se encuentran, los personajes de Scott y Boone hablan como si se conocieran desde hace muchos años, anhelando la amistad mutua al mismo tiempo que saben que están atados, en este caso, por el fatalismo de los pactos o acuerdos del género, que los obliga a ambos a pelear hasta la muerte. Si esto suena similar a la naturaleza autorreflexiva y codificada de los “spaghetti westerns” de Leone, tales sentimientos se validan con la introducción del italiano a Boetticher en el Festival de Cine de Milán décadas después: “¡Budd!, te lo he robado todo”. Desde un punto de vista histórico, la serie B existió entre 1935 y 1958, y estaba compuesta por cintas de bajo costo, rodadas en pocos días, sin actores rimbombantes, con una duración inferior a 95 minutos, y destinadas al complemento de las programaciones dobles. Casi ni se anunciaban, y recibían tan sólo un pequeño porcentaje de los ingresos en taquilla del cine en que se proyectaban, por lo que a las grandes compañías no les resultaba rentable producirlas, y las compraban, por lotes, a pequeños estudios especializados. Muchas de estas obras, contienen hallazgos narrativos que son estupendos y propuestas innovadoras que eran propiciadas por la libertad artística que el autor disfrutaba gracias al poco riesgo económico. The Tall T posee una gran capacidad de síntesis y economía de medios, donde el realismo impregna especialmente la forma de mostrar la violencia y la moral. Es el título más determinante en cuanto a la ruptura y la emancipación con respecto al género y a la propia industria. Scott no interpreta nunca al héroe sino a un anónimo poblador del Oeste salvaje, con flaquezas y virtudes, de tal forma que no hay maniqueísmo sino, más bien, ambigüedad, reforzada por la habilidad del cineasta y su guionista para conseguir que el villano resulte interesante o, a menudo, simpático y/o patético. La cinta, frugal y austera, está ambientada en un territorio terroso, escarpado, y de extraordinaria fisicidad: el calor desértico expuesto en el sudor de la camisa de Scott, el pequeño cobertizo apuntalado por unos maderos, aquel espacio rudimentario donde suceden los conflictos, de Pat consigo mismo, con Doretta, y del mezquino esposo de esta, capaz de ofertarla en venta a los bandidos para salvar el pellejo. Los movimientos de los personajes y sus ropajes están en consonancia con ello, como si Boetticher quisiera difuminarlos entre el colorido y la sequedad del paisaje. El argumento, repito, es convencional, pero la que sorprende es la puesta en escena por su originalidad visual diseccionando las motivaciones psicológicas de los personajes. Hay que observar esta y las otras seis cintas de Boetticher con Scott para darnos cuenta de una tensión lenta, silenciosa pero palpable. Notable film. 100% recomendable.

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